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Ha vuelto a suceder, queridos seguidores. Septiembre se ha presentado con su crudeza, esperanza y colección de fascículos de armas de guerra oriental de la actualidad.

Y es que esto es así. Uno echa la culpa al retorno de las vacaciones, la vuelta del estrés y los gastos del cole de los ninios, pero no es así. La culpa es de septiembre. La prueba menos refutable se encuentra en que yo he vuelto a trabajar en agosto y no ha pasado nada. Pero volvemos el primero de septiembre y todo es distinto. Insisto, la culpa es del maldito mes, contradictorio hasta en su nombre (¿porqué es “séptimo” si es “noveno”?)

Porque es un mes de rupturas. La del retorno al curro es muy conocida y no insistiré. Solamente comentar que los caretos y tocaduras de oeufs de los compañeros y jefes son insoportables. Se diría que han sido infelices y quieren descargar su impotencia en quienes hemos aguantado estoicamente las canículas del mes octavo (este sí, el de Augusto, por cierto Emperador, como yo). Incluso llegan a producirse situaciones paradójicas (bueno, como diría alguien que yo sé “kafkianas” ;)); como resulta que tú, ingenuo, te fuiste a mitad de julio y ellos vueven a finales de agosto, la conclusión es obvia: has estado mes y medio de vacaciones.

Pero el curro es lo de menos. Al fin y al cabo uno se hace en un par de días a la rutina y ya está. Lo peor son otras cosas. Por ejemplo: septiembre es el último mes del año en que puedes admirar los generosos escotes y tirantes de sujetador de colores chillones. Esto que parece trivial, no lo es tanto para quienes crecimos en un momento digamos al menos que dudoso (adolescencia con destape incluida). Para nosotros la prenda más íntima visible en la parte superior de una chica era una hombrera. La fugaz visión de un pliegue de sujetador al asomar en la convexidad producida por dos botones de una camisa ajustada era digna de recuerdos y poluciones nocturnas. Pero eran otros tiempos…

Durante mucho tiempo mantuve la opinión de que lo mejor de ir adquiriendo cierta edad era la ampliación del número de mujeres que te podían llegar a gustar. Me explico: a los veinte años te gustan las chicas desde los 14 (o un poco más, que son unas niñas) hasta los veintipocos (que ya son unas abuelas). Con el paso del tiempo, el intervalo de edad se amplía y así, a los cuarenta, te gustand desde los 14 hasta los cuarenta y poco. Eso está bien y lo mantuve hasta no hace mucho en que mi amigo Juan Carlos “el moro” (un tanto mayor que yo y más precoz en dejar descendencia) me explicó que mi tesis era cierta salvo en un aspecto: llegaba un momento en que tus hijas crecían y alcanzaban edades que limitaban tu espectro mujeriego. Así, cuando tu hija cumple los 14 ya no ves chicas sino a tu hija y otras enemigas y, por tanto, dejan de gustar. Tal vez sea una respuesta de la Naturaleza a estas actividades promiscuas.

Pero estaba hablando de septiembre y sus cosas, no de mujeres. Siento irme del tema.

Septiembre también es el mes de los fascículos por excelencia (tal vez junto a enero, pero eso es otra cosa). Poco podemos comentar que no se haya dicho ya por la televisión, así que no insisto. Y también es el mes de las propuestas. Todo nos lo proponemos para mejorar: vamos a empezar a correr, tomaremos esa dieta que hemos abandonado en dieciocho ocasiones anteriores, volveremos al gimnasio como cuando teníamos dieciocho, etc. Y eso está bien, sobre todo cuando una semana después volvemos a la rutina ya comentada del curro…

Y en Zaragoza, como durante todo el verano, septiembre está en la boca de todos por la Expo. Es el último momento: tenemos que ver esos pabellones que nos faltan, entrar todos los días a ver no-sé-qué, pasear por la Avenida 2008 para tropezar con todo el mundo y, sobre todo, aprovechar lo poco que queda, que no se va a repetir y que lo que vemos ya no estará en unos meses. Pese a ser cierto, uno empieza a estar harto de ello. Últimamente ya no disfruto en la Expo lo que disfruté al principio. Todo son tumultos, gente y barullo. Me recuerdan a los odiados sábados de diciembre en El Corte Inglés. No los aguanto.

Bien es cierto que sigo acudiendo y buena prueba de ello son los dos vídeos pequeñitos (y de ínfima calidad) que dejo para el recuerdo. Son los dos últimos que he visto en la Expo y lo cierto es que he disfrutado (pese a lo dicho de encuentro multitudinario). Poco tienen que ver en estilo, pero es que yo nunca lo he tenido ;), ya sabéis, y los dos me gustaron y me gustan.

Corresponden el primero a Juan Luis Guerra (dejo “A pedir mi mano” que aunque es hortera de narices, tiene su marcha y es el único que grabé entero) que estuvo por acá el pasado sábado 29 de agosto. Al concierto acudió hasta uno que pasaba por Tudela y por ello se armaron hasta broncas por la prohibición de acceso. Además era sábado 29, penúltimo día en que caducaban muchos pases de tres días. Vamos, un follón de narices. Pero el concierto en sí, muy bien, con mucha entrega, mucha bachata y marcheta “pa bailá”, en la línea de Juan Luis Guerra.

Y el segundo al mini-concierto con que nos deleitaron los abuelos The Chieftains el pasado jueves en la Plaza Aragón de la Expo. Mini porque duró apenas una hora (incluido un bis), abuelos porque llevan desde 1963 y deleitaron porque fue una delicia volver a oírles tanto tiempo después (los sonidos deliciososo de “Women Of Ireland” de la banda sonora de “Barry Lyndon” de mi favorito Stanley Kubrick nos envolvieron e hicieron mágica la noche, de nuevo). Por cierto, podéis ver más vídeos y crónica en la Web de Gaby (“The Chieftains”) y en la de la Expo (“Chieftains, los jefes de la música irlandesa”).

Pero me he vuelto a ir un poco y no he terminado con el mes. De hecho estamos sólo a 6. Incluso me podríais reprender el porqué del título “agridulce”. Hasta ahora todo ha sido “agri” y falta el “dulce”. Para mí septiembre es dulce porque todavía se vive en la calle, el tiempo es plácido, vuelve a llover al fin después de tantos meses y, en el fondo, es encantador ver a los niños llorando con su inocencia a la entrada del cole, inermes ante lo que se les viene. O tal vez sea porque casi todos los cortes con mis ex-novias se producían este mes. O, seguramente, porque el título del post me gustaba, no así la comedia romántica de la cual se ha producido el plagio (Noviembre Dulce)…

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