Yo tuve la suerte y la desgracia de estudiar muchos años en el zaragozano colegio de los Dominicos de la Plaza San Francisco. A la salida de clases y ya desde pequeños, cruzábamos al quiosco de prensa para cotillear sobre todo revistas. Hay que entender que eran los años 70 y había algunas portadas que ninguno nos queríamos perder.
El quiosco lo llevaban los hermanos Vidal (bueno, lo siguen llevando) y, para mí, sobre todo Antonio. Antonio era, ante todo, una buena persona. Recuerdo que casi nos perseguía cuando nos pillaba mirando las revistas. Por otra parte no era extraño ya que, algunas veces y tal y como se lo conté más tarde, echábamos mano de alguna de ellas, sobre todo comics y crucigramas, sin pasar por caja…
Pero además de buena persona era un intelectual, en el buen sentido de la palabra. Cuando yo ya tenía más de 20 años y devoraba libros, no pasaba una semana sin comprar y hablar con él de literatura, política y de lo que quisieras. Bien es cierto que todo buen quiosquero debe ser buen tertuliano pero Antonio era algo más.
Muchos años y libros comprados forjaron casi una amistad, por otra parte compartida creo que con buena parte de Zaragoza. A finales de los 80 y en la década de los 90, de forma sorprendente Antonio empezó a hablar siempre en pareados y a veces costaba entenderle. Creo que su afán por un lenguaje barroco junto con un poco de sinrazón le hicieron volverse un poco raro pero siempre encantador.
Quienes le conocimos, le quisimos. Muchos aprendimos de él, hasta que un día, hace unos 5 o 6 años, se nos fue.
Desde aquí un recuerdo
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