Aquellos que no peinamos canas todavía pero que casi estamos en ello pues estamos en edad de merecer, tenemos una cierta predilección por un medio de transporte que conocimos siendo niños y que de forma inexplicable nos robaron. Se trata evidentemente del tranvía, ese medio que ahora vuelve a la modernidad disfrazada de ecología y vete-tú-a-saber.
Los recuerdos de este sistema de movilidad urbana son lejanos pero sugerentes. Yo fui más asiduo del trolebús ya que conducía del centro a mi barrio pero de vez en cuando también lo tomaba. Era curioso…
Entre esos recuerdos destaco dos. El primero es vivido por mí mismo y es el de ver a los zagales montarse en la parte trasera (con el riesgo que tenía, por dios…) bajo los gritos del cobrador (que había cobrador y conductor, claro, dos puestos de trabajo, ¡a ver si aprendemos…!) y desenganchar el trole (barra que conducía la corriente eléctrica desde los cables) dejando al pobre tranvía tirado.
Fotografía tomada del sitio web de Rafael Castillejo en www.zaragozadirecto.com
El segundo es contado en boca de mi padre. Él decía que en cierta época (no sé muy bien cuando sería) se enfrentaron varias veces la Sociedad Deportiva Huesca y el Real Zaragoza en partidos de fútbol. Digo que no sé muy bien cuándo porque no ha habido excesivos derbies entre ambos equipos hasta el año pasado, tal vez fuera en el anterior, allá por el año 50… Pues bien, parece ser que en uno de ellos celebrado en Huesca, los zaragozanos fueron al partido y previo a éste se pasearon por los Porches de Galicia y el Coso de Huesca con tranvías de juguete demostrando la “modernidad” que suponía tener ese medio de transporte que la capital altoaragonesa no poseía. Era un pique casi inocente aunque, siempre bajo la versión de mi informante, se producían ciertos mosqueos.
Pero llegó el partido de vuelta en el que los seguidores oscenses aparecieron en el campo de fútbol de Torrero (todavía no existía “La Romareda”) con una pancarta plegada y misteriosa que no abrieron hasta comenzado el partido. En ella se podía leer: “Las orillas del Isuela saludan a los bordes del Ebro“.
Campo de fútbol de Torrero en Zaragoza. Fotografía de Ángel Aznar, tomada del sitio web de Rafael Castillejo en www.rafaelcastillejo.com
(Por cierto, visita la página de Rafael Castillejo que guarda verdaderas joyas fotográficas de esa Zaragoza perdida)
Me encanta la anécdota en la que el tranvía parece que posee un significado de modernidad que en estos tiempos, y de la mano de nuestro augusto alcalde Belloch, vuelve a repetirse.
Y es que, según parece, el tranvía ha vuelto como símbolo de progreso para las ciudades que pueden permitirse el lujo de tenerlo. Las elegidas no son muchas, ahora veremos porqué, pero supongo que dentro de los parámetros de ciudad moderna (como uno que leí consistente en tener un Ikea) éste es de los importantes.
Por ello, por este progreso y por mis recuerdos infantiles relacionados con el tranvía, me hacía cierta ilusión su implantación. Pero una vez tomada la decisión por nuestro ayuntamiento, uno empieza a preguntarse ciertas cosas que tienen una respuesta un tanto dudosa.
Lo primero es, evidentemente, el coste. He intentado indagar un poco y me he estremecido. Vamos a ver: según el presupuesto inicial (que sabemos que se incrementará en un 50%, al menos, según la tónica general) es de 400 millones de euros, como indica la propia web del Ayuntamiento de Zaragoza sobre el tranvía. No está nada mal, la verdad.
Con el dinero de inversión en el tranvía podemos financiar 11 años de transporte con autobuses como ahora, renovando 25 cada año. Dicho de otra forma, con ese dinero podemos hacer gratis el autobus 11 años para los zaragozanos; ¡buena forma de fomentar el transporte público!
O bien, podemos mejorar el transporte actual. Imaginemos que invertimos otro tanto que lo que se gasta ahora cada año (es decir, en vez de 35 millones, dediquemos 70 millones al año). Podemos, por ejemplo, doblar el número de autobuses y con ello reducir a la mitad la frecuencia en las líneas. ¡Otra buena forma de fomento!
Pero también podríamos hacer el tan socorrido reparto. Tomamos los 400 millones y los repartimos entre los 650.000 zaragozanos para que ellos mismos mejoren su transporte. Pues nos toca a más de 600 €.
En fin, sé que estas cuentas no valen mucho pero sí que es obvio el despilfarro. Es un antojo con un coste desmesurado. Uno a veces piensa que ayuntamientos de este tamaño necesitan obras gigantescas para… Lo digo de otro modo: un 5% de 400 millones son 20 millones de euros que no son difíciles de acabar en algunos bolsillos. Hacen falta muchas obras menores para una cantidad así, notándose mucho más.
Lo cierto es que no quiero acusar, pero haberlas, haylas…
La segunda pregunta está en el uso y su rentabilidad. Sólo se trata de una línea, bien es cierto que en un trayecto que recorre áreas muy pobladas, pero no sé si se justifica. Desde luego, yo poco mal daré allí (además de que últimamente sólo cojo bicicleta para todo) pues no se aproxima a mis trayectos habituales.
Recorrido del tranvía zaragozano
La tercera me ronda en las afecciones que resulten. Por un lado las de la construcción de la plataforma que de entrada ya se ha cargado (de nuevo, cielos) unos cuantos árboles en el Paseo de Isabel la Católica y que se repetirán en otros entornos. No me quiero imaginar cómo puede afectar en Gran Vía, donde ahora trabajo (de hecho ya hemos tomado medidas para trasladar servidores porque no ganaremos para discos duros estropeados y, sobre todo, para sustos). Pero por otro las posteriores: el aumento del caos en el tráfico (no creo que muchos zaragozanos dejen el coche por existir el tranvía, sinceramente), los probables accidentes, la continuidad en el servicio, etc.
La verdad es que son muchas dudas, demasiadas. No me quiero negar a la modernidad (a la que tan aficionados se vuelven los alcaldes socialistas zaragozanos en sus segundos mandatos: Ramón Sainz de Varanda, Antonio González Triviño (ufff…) y Juan Alberto Belloch Julbe) pero el coste es desorbitado para el servicio que prestará.
Me temo que habrá otros intereses además de los oficiales…
PS: Por cierto, hacía un montón que no escribía aquí. Y que ancho me he quedado…
Para mí la Semana Santa tiene un claro sabor agridulce (de nuevo, ¿será todo así?). Me encanta ver las cofradías, los tambores, los floreados pasos iluminados y los piquetes que los acompañan. Siempre me ha gustado, más incluso cuando la viví en Sevilla. Pero al mismo tiempo, este tiempo me obliga desde niño y eso nunca me ha agradado precisamente.
Claro que esto que digo no tiene mucho fundamento ni lógica y siento que debo explicarme.
Mi padre fue fundador, allá por 1940 (con 12 añitos), de la Cofradía de las Siete Palabras y de San Juan. El, entonces, como tantos otros, estaba metido por Acción Católica y un grupo de ellos decidió fundar la cofradía, de la mano de Mosén Francisco. Él también desde el principio integró el pequeño grupo de tambores que se “importaron” del Bajo Aragón a la Semana Santa zaragozana por primera vez.
Cofradía de las Siete Palabras de Zaragoza en el Pilar
Mi padre sentía la cofradía, era su pasión, más allá de las procesiones y los tambores. Mucho hizo por ella, tiempo y esfuerzo de dedicación. Era su vida.
Mi padre de cofrade muy joven
Algunos hermanos en los años 40
Desfilando por las calles zaragozanas
Durante años fue jefe de timbales, además de prestar todas las ayudas al buen funcionamiento de la Cofradía y a sus hermanos. Fue enterrado con el hábito de la cofradía en 1989, el mismo año que fue a Murcia a supervisar el nuevo paso que se tallaba entonces. Así era como lo sentía. De una forma religiosa, ferviente.
Como no podía ser de otro modo en este entorno, mi padre me apuntó a la Cofradía desde muy pequeño, creo que nada más hacer la Primera Comunión (no se podía antes, entonces). Desde el primer momento yo no tuve las mismas pasiones (nunca mejor dicho) que mi padre.
Yo, de pequeñito, cofrade con mi padre y mi primo Jesús
Debí salir de procesión y acudir a las asambleas y celebraciones. No me gustaba, aunque me encantaba ver y oír los tambores. Sentimientos encontrados…
Vestidos de cofrades en la terraza de casa
Durante años tuve un enfrentamiento más interno que con mi padre por ello. Al llegar la adolescencia, con sus dudas y mis ideas más agnósticas que otra cosa, me sentía traidor. Traidor por seguir perteneciendo a una cofradía que ni sentía de forma religiosa ni folclórica. Veía mucha gente que tampoco creo que lo sintiera como mi padre (todavía los veo a centenares) pero con menos remordimientos de conciencia. Esta traición interna no podía traducirla en una declaración a mi padre. Hubiera sido un insulto o así al menos yo lo veía.
Mis actividades me salvaron de la situación. A partir de los 15 años empecé a irme en Semana Santa a la montaña con mis amigos. Tenía la excusa perfecta: no salía con la cofradía sin necesidad de herir los sentimientos de mi padre, además de vivir mis amadas experiencias montañeras.
Años pasaron sin problemas a este respecto. Sólo interrumpí mi ausencia procesional el año en que murió mi padre. En 1990 salí llevando la Cruz In Memoriam de la Cofradía, como póstumo homenaje a quien tanto la había sentido.
Ese soy yo, de cofrade, llevando la Cruz de los fallecidos (Foto de Ramón Pascual)
Pero claro, esta historia no termina aquí, ni mucho menos. Y es que “a todo cerdo le llega su San Martín” y a mí me llegó a través de mis hijos. La cuestión es que ellos sí se enamoraron de las Cofradías y soñaban con salir de procesión. Les dí largas hasta que cedí y desde hace tres años volvemos a las andadas.
Sigue sin gustarme pero lo hago. Mis sentimientos son iguales que entonces pero creo que, tanto por mis hijos como por su abuelo, se merecen el sacrificio.
Paso de la Tercera Palabra: Mujer, he ahí a tu hijo. Hijo he ahí a tu Madre
Y por ahí me tenéis. El pasado lunes salimos, llovió como nunca llueve en Zaragoza y nos mojamos hasta lo que no está bien decir. Y el viernes nos podéis ver por la mañana y por la tarde, saliendo de la Iglesia de San Cayetano.
Lo que viene a continuación intenta describir a ese tipo de personajes siniestros que desgraciadamente son frecuentes en el mundo empresarial. Son esos que entienden que “todo vale” para llevarse cuentas y recurren a cualquier estratagema con tal de conseguirlo. También son los que confunden “software libre” con “pirateo gratis”…
Esta semana pasada recibo un aviso de otro “personaje” compañero de trabajo. Parece ser que el individuo descrito anteriormente se está dedicando a enseñar unas fotos que publiqué en un desgraciado e insulso post bajo el título ¿Dónde vivo? en el que pretendía (no sé porqué) enseñaros dónde suelo pasar mi jornada laboral (mejor dicho, donde solía, ya que ahora estoy en otro despacho). En las fotos aparecía, parcial y sombrío, parte del centro de datos donde tenemos alojados los servicios y servidores de Internet. Pues bien, el estúpido individuo se dedica a enseñar a clientes las fotos como imagen de nuestro centro de datos.
Lo cierto es que me quedé estupefacto. La primera impresión fue retirarlas, pero lo he pensado mejor, le voy a enseñar mucho mejor lo que realmente es un centro de cálculo. Si quieres, individuo inepto, puedes ver una mejor imagen aquí. Aprovéchala.
Lo peor del caso son varias reflexiones (por fin algo relacionado con el título del blog) que me han venido a partir de entonces: por un lado, la pérdida de la inocencia; he sido inocente, sí, publicando unas fotos relacionadas con el trabajo que tal vez nunca debería haber puesto. Por otro lado, volvemos al tema de la privacidad y del uso indiscriminado de contenidos en Internet: debería volver a poner el contrato de Coloriuris de Pedro J. Canut para proteger de alguna forma los contenidos de la web. Y por último, la existencia de este tipo de personas, que ni saben de blogs ni de Internet ni de leyes ni de tecnología, ni de nada.
No quiero decir su nombre, sería publicidad a tal individuo. Sólo recordar que en los últimos 10 años ha pasado por más de 5 empresas, consiguiendo en unos casos cerrarlas y en otros que le echaran. Yo coincidí con él en dos empresas: Random e Izquierdo. Solo hay que preguntar a sus compañeros y subordinados la opinión que tienen de él.
Lo más indigno del asunto, o casi, es que el mismo día que me dijeron (por la tarde) esta siniestra actividad, me lo encontré (por la mañana) en la jornada de Microsoft del Technet Technology Tour 08 en el Centro de Tecnologías Avanzadas y me saludó efusivamente, me preguntó por los chicos y casi me abraza…
Bueno, con lo dicho muchos en Zaragoza lo conoceréis y si no, mejor para vosotros. No merece la pena ni una sola línea más. ¡Ahí te pudras! (Aunque estoy seguro que no leerá esto: dudo mucho que haya leído nada nunca)
Además de la foto entregada en el anterior post, hay más, claro. Estas las podéis encontrar en la galería bajo el título “Fotos del Pilar 2008“, aunque también las pongo a continuación.
Los asiduos, amigos y conocidos ya saben mi ancestral costumbre de acudir a la ofrenda de flores de las fiestas del Pilar de Zaragoza ataviado con la indumentaria adecuada. Es una tradición que se remonta a mis 7 añitos, cuando mis padres me vistieron de baturro y me mandaron a la ofrenda. Desde entonces, con muchos altibajos, ha perdurado y a partir del nacimiento de mis hijos se ha vuelto de nuevo fija.
Por ello, incluyo a continuación, la foto que atestigua esta permanencia, pese a las inclemencias meteorológicas de este año.
Ofrenda de flores de las fiestas del Pilar 2008 de Zaragoza
Muchos de los amigos comentan que siempre es la misma foto, pero no es cierto. Lo que sucede es que el tiempo no pasa para quienes nos conservamos en una solución al 50% de tabaco y formol.
Posiblemente lo único que salva la situación que describo a continuación sea la solidaridad. Y es que en el fondo todos somos iguales…
Este verano, con jornada continua, Expo y algunos días de Rodríguez incluidos, he tenido algo de tiempo para hacer una de las actividades que siempre más me ha gustado: pasear por la Zaragoza de mis amores y desamores. Antes lo hacía con frecuencia, en concreto era fijo el paseo matutino-dominical lleno de fotografías, museos, exposiciones (que no expos) y vermús. La mezcla incomparable de resaca-dormir_poco-ensoñamiento era perfecta y las fotografías y recuerdos de aquellos días también. Por cierto, el otro día desempolvé los álbunes y carpetas de diapositivas de aquella época y había alguna buena. Decidí digitalizarlas para poder trabajar y publicar; hice una selección, mejor dicho, lo intenté y salieron alrededor de 4.000. La cuenta fue inmediata: 4.000 x 0,35 = 1.400 €. Intuitivamente eché mano al bolsillo y decidí que debería hacer una nueva revisión… hasta hoy.
Pero siempre me voy del tema, narices. La cuestión está que entre tanto paseo y debido en gran parte a la gran afluencia que ha tenido la Expo (por cierto y hablando de cuentas, aunque me vaya de tema, la afluencia vuelve a ser una medida relativa; nos inundan sobre el éxito que supone los 5,5 millones de visitantes y la cifra en sí, cierto es, es grande, casi astronómica; pero uno, un poco dado a las cuentas no sé por qué, pensaba que si se habían vendido 30.000 pases de día entero y otros 30.000 de pase nocturno, eso sumaba 60.000 y teniendo en cuenta que cualquiera de esos afortunados entraría del orden de 25 veces eso quita ya 1,5 millones de visitantes, dejando más que escueta la cifra astronómica anterior; eso sin contar que no se ha dicho cómo se contaban los pases, porque uno podía entrar y salir, sin saber la contabilización…) Zaragoza se nos ha llenado de esos ilustres paseantes conocidos como turistas.
Turistas en la Plaza del Pilar de Zaragoza
Debo decir, en consonancia con el primer párrafo, que lo primero que hay que declarar es que todos somos turistas. Esto nos salva porque es insólita su propia figura: son las 15:00 horas, el termómetro oficial marca 41ºC (los de los mupis, 48), los comercios en su mayoría cerrados, los zaragozanos, conocedores, se ocultan en cualquier lugar… pues allí está, el turista, sufrido pero persistente, pasea por la Plaza del Pilar, cámara en mano, hijos en la otra y gorrita de John Deere (bueno, seguro que es de Dolce&Gabbana, pero mis recuerdos rurales de la infancia persisten con la conocida marca de maquinaria agrícola). Siempre están en la Plaza del Pilar. Mira que hay sitios más bonitos e interesantes, pero todos pasan por allí.
Claro que cuando yo voy a París, paseo cámara en mano y niños en la otra por la Torre Eiffel y no me sacan de allí, o en Venecia siempre acabo en la Plaza de San Marcos. Todos sabemos que hay otros rincones, lugares y espacios más interesantes, pero el turismo es lo primero y hay que cumplir.
Si nos dedicásemos a preguntar, a hablar y comunicarnos con la gente, encontraríamos otros lugares, posiblemente no tan conocidos pero encantadores, sujetos a la subjetividad de nuestro interlocutor y, por tanto, seguro que apetecibles. Si preguntásemos a los habitantes y residentes del lugar destino de nuestra estancia turística descubriríamos otro lugar.
Pongamos un ejemplo: se me acerca Mme. Dupont (todos los franceses se llaman así, ¿no?), residente en Saint Nazaire (en bretón Sant-Nazer), departamento de Loire-Atlantique, junto a la maldita bola del mundo próxima al Pilar y los Juzgados:
— Bonyú, mesié. U es que ye peu aler a quelque lieu enteresan par isi? La Pilarica et el luan disi?(traducción simultánea: Tío, ¿dónde puedo ir a algún sitio interesante por aquí? ¿La Pilarica está lejos de aquí?)
— Pues mira, maña. Lo primerico es que casi te partes los piños contra la columna. Lo segundico es que no sé quien coño te ha dicho lo de la Pilarica ya que nadie en Zaragoza la llama así: es el Pilar o la Virgen del Pilar, nunca la Pilarica (creo que lo inventó uno de Madrid que pasaba por aquí y conjuntó nuestro diminutivo característico -también navarro, claro- con nuestra diminuta representación de la advocación pilarista). Lo tercerico es que ¿ves esta gran basílica?, pues bien, es el Pilar y ya lo has visto. Si tienes mucho tiempo pon una vela y mira a lo lejos algún fresco de Goya y Bayeu, pero como no lo tienes y llevas gafas, déjalo. Haz otra cosa, ¿ves esa torre al fondo, encima de una fachada blanca-blanca y un edificio que no pega ni junta delante? Pues eso es La Seo (que no el Aseo) y es la verdadera Catedral de Zaragoza. El 95% de la gente que viene a Zaragoza entra en el Pilar y no va a La Seo, ellos se lo pierden, tu no deberías.
Catedral de La Seo de Zaragoza
— Oh, se mañifique…
— Pues sí, es magnífica y mañífica, tienes razón. Encontrarás en ella todos los estilos desde el románico hasta el neoclásico y tendrás un magnífico ejemplo y recuerdo de uno de nuestros estilos más peculiares: el mudéjar. Además, si puedes perderte por las callejuelas que lo rodean, encontrarás calles encantadoras y preciosos palacios renacentistas…
— Oh-la-la…
— Pues sí, ya veo que lo coges: La – La Seo. Pero también si tienes algo más de tiempo te recomiendo que salgas a la ribera, pasees un poco por ella y mires su río. Se llama el Ebro (O Ebro en lengua aragonesa, único río masculino ya que todos son femeninos: a Zinca, a Uerba, etc.) y es tan contradictorio y cambiante como el carácter aragonés. Ahora lo ves casi seco cuando hace 3 meses casi se lleva una Expo por delante. Bueno, pues eso, toma la orilla, disfruta y cuando llegues a una plaza con obelisco, toma un parque y vete hasta el Castillo de la Aljafería.
— Algafeguia?
— Sí, cuesta decirlo, Al-ja-fe-rí-a. Es un castillo de origen árabe, más en concreto de la época de los reinos taifas. Es único. Pasea por su interior e imagina…
— Se bian, se bian. Sa sufí. E pur manyé? U e le Tubó? (trad. sim. Está bien, está bien. Es suficiente. ¿Y para comer? ¿Dónde está el Tubo?)
— Bueno, pues si me preguntas hace 5 o 6 años te diría que te olvidases del Tubo, pero ahora no. Muy cerca, antes de llegar al Tubo desde aquí, encontrarás excelentes bares de tapas. Elije bien ya que los hay muy caros y no tan buenos. También tienes muy cerca la Plaza Santa Marta que es un lugar exquisito y, además, bonito. Pero pregunta a los zaragozanos, ellos te aconsejarán lo mejor. Porque, ¿sabes?, los zaragozanos además de cazurros, cabezones y egoístas, son amables y todo…
— Oh, mersi mesié…
— De gian, maña…
Turistas en el monumento a Goya de la Plaza del Pilar (mucha cámara, claro)
En fin, que cualquiera diría otras rutas distintas de las “oficiales” cuando se recorre una ciudad… Pero la obligación y fidelidad del turista es persistente y continuaremos recorriendo siempre los mismos lugares que todos, perdiéndonos los rincones y encantos que toda urbe posee.
Agosto en Zaragoza está de muerte. Que sí, que la tranquilidad se respira por todos sitios y, pese a la Expo, se puede pasear e incluso vivir. Hace años que busco desesperadamente permanecer en esta Zaragoza en verano, revivir la tranquilidad, el tiempo y el espacio habitable.
Ayer fue uno de esos días tranquis, mezcla de viva actividad, recuerdos y nostalgia. El verano permite ciertas cosas que procuro recrear en los ratos libres.
Tras currar por la mañana, comí rápido y cogí la bicicleta. Yo he sido gran ciclista, sin llegar a competición (siempre llegué tarde a eso en todo) pero con buena rodada, ritmo y fondo.
Todo me viene de mis 16 años cuando dejé mi colegio dominico (ver crónicas) y terminé bachiller y COU en el Instituto (el Mixto 4, aquel itinerante que recorría todos los edificios a punto de ser declarados en ruinas en esta ciudad; grandes recuerdos que dejo para otra ocasión). Para ir desde la casa de mis padres en Universitas (por las Delicias) hasta la plaza San Pedro Nolasco (en pleno Casco Viejo) tenía pocas alternativas y todas ellas pasaban por un largo tiempo de recorrido. Como nunca he sido dado a excesos madrugadores, vi en la bicicleta la alternativa de transporte adecuada. Todos los días, lloviese o hiciese un sol devastador, allí estaba montado a las 8 y media de la mañana o antes entre los coches, sorteándolos cual “Baulero“.
Desde esa época nunca dejé la bicicleta. Fue mi medio de transporte habitual durante más de 10 años. A todas partes iba con la Jacinta (una bici rescatada del pueblo y “tuneada”, con más de 50 años de pedaladas a sus espaldas, sin cambio de marchas y habitualmente también sin frenos), hasta que me la mangaron, o con la Orbea de paseo, un poco después (esta ya con cambio y frenos).
Con esa Orbea (como decía mi amigo Roberto entonces “Orbea, si la miras se estropea”) hice grandes cosas: recorrí todo el norte de la Península, desde Asturias a San Sebastián pasando por la subida a los Lagos de Enol, con mi buen amigo José Luis; múltiples subidas al Pirineo (la más destacable una en solitario al refugio de Biadós en Gistain, en tres días, ida y vuelta); y un largo etcétera.
Pero me pasó como me suele suceder casi siempre: me compro algo mejor y dejo de hacerlo. Me explico: me compré una flamante Orbea de montaña y dejé de montar en bici (algo parecido me pasó cuando me compré, al fin, una maravillosa guitarra acústica que hacía años que deseaba y dejé de tocar; o cuando terminé el maratón de Madrid y dejé de correr, al estilo Forrest Gump). No sé porqué pero cambié. Dejé de ir en bici durante años y ahora llevo tres o cuatro que, aunque poco, lo hago algo.
Pues ayer me decidí a cogerla. Entre otros motivos había varias curiosidades que quería descubrir, sobre todo la de conocer un nuevo recorrido que partiendo del barrio de Las Fuentes, lleva al Galacho de La Alfranca. También deseaba saber de una vez por todas qué era eso de AVZ que veía en los carriles bici de la ribera y que tanto me llamaban la atención. Y, claro está, disfrutar del paseo con el sol abrasador y el cierzo implacable como compañeros…
Lo de ir al Galacho en bicicleta era algo añorado. ¡Cuántas veces de ir a ver pajaricos, bichos y plantas en la época naturo-ecologista! Aquellas visitas con mi buen amigo Pedro Rovira al Galacho eran lecciones de naturalismo, biología y zoología que mamé a mis vietipocos años (por cierto, Pedro era y es uno de los mejores fotógrafos que he conocido, y he conocido a varios; veo aún alguna foto suya en el interesante blog de su mujer, Puri Menaya, “El rincón de la bruja de chocolate”).
El paseo es delicioso. Discurre por la ribera del Ebro, por esa ribera de siempre que tanto he añorado desde que la “civilizaran” en mi barrio, la Almozara.
En mi caso seguí desde la Almozara por el carril bici en la ciudad (eso marcado con AVZ, que descubrí era “Anillo Verde de Zaragoza” y es el conjunto de trayectos preparados para recorrer en bicicleta, tanto por la ciudad como por las proximidades; ver la información del ayuntamiento de Zaragoza) entrando en un camino acondicionado a partir del puente de Manuel Giménez Abad. Desde ahí, pasas frente a la desembocadura del Gállego, por el Soto de Cantalobos, un verdadero bosque, sigues por arboledas y campos hasta llegar a la nueva “pasarela del Bicentenario”. Allí tomas la otra margen, la izquierda, bordeando siempre el río y viendo todos los sotos, meandros, mejanas y galachos que al padre Ebro le ha dado la gana hacer. Todo un alarde natural, casi cuidado, con esa frágil convivencia que había hace años entre la agricultura y la naturaleza, esa simbiosis que se mantuvo hasta la llegada de nuestra “civilización”. Y todo eso a escasos 5 Km. del centro; un lujo.
Pasados unos kilómetros te adentras un poco para llegar al Galacho de La Alfranca, el lujo mayor de naturaleza en Zaragoza. El Centro de Interpretación te de la civilizada bienvenida y, a partir de allí, a perderte, que es lo mejor que se puede hacer en ese espacio natural.
El paseo es perfecto. Aúna el recorrido natural (sotos, meandros, mejanas y galachos), la belleza del río, las arboledas y bosques (alamos, chopos, tamarices, sauces, olmos, cañas, etc.), todas las aves que te sobrevuelan, algún destrozo urbanita y el esfuerzo de esos 17 km. hasta llegar a La Alfranca (y la vuelta con el cierzo de cara).
A más, a más, el itinerario urbano permite conocer los 14 puentes que ahora tiene Zaragoza sobre el Ebro, 12 más que cuando yo nací. Pero hablar de los puentes de Zaragoza lo dejo también para otra ocasión.
Disfrutad (ya sea solos, en familia, con la pareja o el amante) de este paseo en bici (también puedes hacerlo andando o cogiendo el trenecito que sale del Puente Giménez Abad cada hora y media) y conoced nuestro río, tantas veces denostado y apartado de la ciudad, que la Expo nos ha permitido recuperar y revivir.
El recorrido
Recorrido hasta el Galacho de la Alfranca
Lugares interesantes
Destaco algunos de los lugares pasados, con imagen de situación y foto de ayer.
Puente de Manuel Giménez Abad, inicio
Google Maps - Puente Giménez Abad
Puente del AVE y Puente Giménez Abad
Desembocadora del Gállego
Google Maps - Desembocadura del río Gállego
Desembocadura del río Gállego en el Ebro
Soto de Cantalobos
Google Maps - Soto de Cantalobos
Soto de Cantalobos
El Ebro en el puente de la Z40
Google Maps - El Ebro bajo la autopista Z40
El Ebro a su paso bajo el puente de la autopista Z40
Orilla derecha del Ebro – tamarices
Google Maps - Orilla derecha del Ebro
Margen derecha - Tamarices
Campos en la margen derecha
Pasarela del Bimilenario
Google Maps - Pasarela del Bimilenario
Pasarela del Bimilenario
Pasarela del Bimilenario
Orilla izquierda – meandros y galachos
Google Maps - Margen izquierda - Meandros
Meandro en la margen izquierda por el Soto de Benedicto
Pues sí, tras tres años de obras, molestias, polvo, destrozos, construcciones, moles faraónicas y pequeños sarcófagos secretos, llegó la Expo.
La inauguración me pillo en casa (ya se sabe, niño pequeño, madrugón al día siguiente, etc.) y tomé un poquito de vídeo cutre desde la terraza.
Pasado el fin de semana fuera, hemos ido los tres días (bono noche ad hoc) y sentimientos contradictorios: amabilidad mucha; aspecto en algunos edificios imponente, en otros discreto; contenidos flojitos hasta ahora (sólo he visto pabellones nacionales), alguno incluso malo, directamente; actuaciones buenas (excelente “Hombre vertiente”); y conciertos, por ver…
A pesar de saberlo, tengo cierta desilusión por los pabellones de países. Posiblemente el problema es el recuerdo de los colosales pabellones de Sevilla 92, que ahora son pequeños bazares, en la mayor parte de los casos.
Pero no puedo opinar de mucho más. La organización, de momento, excelente.
Enhorabuena a quien le toca y ya iremos comentando.
Me llamo Antonio y tengo cuarentaytantos. Trabajo como profesional TIC en una empresa de Zaragoza. Casado, dos hijos y una vida muy normal...
Algunas aficiones confesables y otras inconfesables. Genealogía, fotografía, montaña, deporte, lectura y la convergencia afición-profesión: sistemas, Internet, programación, ...
Alguna pasión: mi tierra, Aragón; y algún objetivo: Desperta ferro!