Un bonito paseo por la orilla del Ebro (… y el AVZ)
Escrito por Antonio en Aficiones, PersonalAgosto en Zaragoza está de muerte. Que sí, que la tranquilidad se respira por todos sitios y, pese a la Expo, se puede pasear e incluso vivir. Hace años que busco desesperadamente permanecer en esta Zaragoza en verano, revivir la tranquilidad, el tiempo y el espacio habitable.
Ayer fue uno de esos días tranquis, mezcla de viva actividad, recuerdos y nostalgia. El verano permite ciertas cosas que procuro recrear en los ratos libres.
Tras currar por la mañana, comí rápido y cogí la bicicleta. Yo he sido gran ciclista, sin llegar a competición (siempre llegué tarde a eso en todo) pero con buena rodada, ritmo y fondo.
Todo me viene de mis 16 años cuando dejé mi colegio dominico (ver crónicas) y terminé bachiller y COU en el Instituto (el Mixto 4, aquel itinerante que recorría todos los edificios a punto de ser declarados en ruinas en esta ciudad; grandes recuerdos que dejo para otra ocasión). Para ir desde la casa de mis padres en Universitas (por las Delicias) hasta la plaza San Pedro Nolasco (en pleno Casco Viejo) tenía pocas alternativas y todas ellas pasaban por un largo tiempo de recorrido. Como nunca he sido dado a excesos madrugadores, vi en la bicicleta la alternativa de transporte adecuada. Todos los días, lloviese o hiciese un sol devastador, allí estaba montado a las 8 y media de la mañana o antes entre los coches, sorteándolos cual “Baulero“.
Desde esa época nunca dejé la bicicleta. Fue mi medio de transporte habitual durante más de 10 años. A todas partes iba con la Jacinta (una bici rescatada del pueblo y “tuneada”, con más de 50 años de pedaladas a sus espaldas, sin cambio de marchas y habitualmente también sin frenos), hasta que me la mangaron, o con la Orbea de paseo, un poco después (esta ya con cambio y frenos).
Con esa Orbea (como decía mi amigo Roberto entonces “Orbea, si la miras se estropea”) hice grandes cosas: recorrí todo el norte de la Península, desde Asturias a San Sebastián pasando por la subida a los Lagos de Enol, con mi buen amigo José Luis; múltiples subidas al Pirineo (la más destacable una en solitario al refugio de Biadós en Gistain, en tres días, ida y vuelta); y un largo etcétera.
Pero me pasó como me suele suceder casi siempre: me compro algo mejor y dejo de hacerlo. Me explico: me compré una flamante Orbea de montaña y dejé de montar en bici (algo parecido me pasó cuando me compré, al fin, una maravillosa guitarra acústica que hacía años que deseaba y dejé de tocar; o cuando terminé el maratón de Madrid y dejé de correr, al estilo Forrest Gump). No sé porqué pero cambié. Dejé de ir en bici durante años y ahora llevo tres o cuatro que, aunque poco, lo hago algo.
Pues ayer me decidí a cogerla. Entre otros motivos había varias curiosidades que quería descubrir, sobre todo la de conocer un nuevo recorrido que partiendo del barrio de Las Fuentes, lleva al Galacho de La Alfranca. También deseaba saber de una vez por todas qué era eso de AVZ que veía en los carriles bici de la ribera y que tanto me llamaban la atención. Y, claro está, disfrutar del paseo con el sol abrasador y el cierzo implacable como compañeros…
Lo de ir al Galacho en bicicleta era algo añorado. ¡Cuántas veces de ir a ver pajaricos, bichos y plantas en la época naturo-ecologista! Aquellas visitas con mi buen amigo Pedro Rovira al Galacho eran lecciones de naturalismo, biología y zoología que mamé a mis vietipocos años (por cierto, Pedro era y es uno de los mejores fotógrafos que he conocido, y he conocido a varios; veo aún alguna foto suya en el interesante blog de su mujer, Puri Menaya, “El rincón de la bruja de chocolate”).
El paseo es delicioso. Discurre por la ribera del Ebro, por esa ribera de siempre que tanto he añorado desde que la “civilizaran” en mi barrio, la Almozara.
En mi caso seguí desde la Almozara por el carril bici en la ciudad (eso marcado con AVZ, que descubrí era “Anillo Verde de Zaragoza” y es el conjunto de trayectos preparados para recorrer en bicicleta, tanto por la ciudad como por las proximidades; ver la información del ayuntamiento de Zaragoza) entrando en un camino acondicionado a partir del puente de Manuel Giménez Abad. Desde ahí, pasas frente a la desembocadura del Gállego, por el Soto de Cantalobos, un verdadero bosque, sigues por arboledas y campos hasta llegar a la nueva “pasarela del Bicentenario”. Allí tomas la otra margen, la izquierda, bordeando siempre el río y viendo todos los sotos, meandros, mejanas y galachos que al padre Ebro le ha dado la gana hacer. Todo un alarde natural, casi cuidado, con esa frágil convivencia que había hace años entre la agricultura y la naturaleza, esa simbiosis que se mantuvo hasta la llegada de nuestra “civilización”. Y todo eso a escasos 5 Km. del centro; un lujo.
Pasados unos kilómetros te adentras un poco para llegar al Galacho de La Alfranca, el lujo mayor de naturaleza en Zaragoza. El Centro de Interpretación te de la civilizada bienvenida y, a partir de allí, a perderte, que es lo mejor que se puede hacer en ese espacio natural.
El paseo es perfecto. Aúna el recorrido natural (sotos, meandros, mejanas y galachos), la belleza del río, las arboledas y bosques (alamos, chopos, tamarices, sauces, olmos, cañas, etc.), todas las aves que te sobrevuelan, algún destrozo urbanita y el esfuerzo de esos 17 km. hasta llegar a La Alfranca (y la vuelta con el cierzo de cara).
A más, a más, el itinerario urbano permite conocer los 14 puentes que ahora tiene Zaragoza sobre el Ebro, 12 más que cuando yo nací. Pero hablar de los puentes de Zaragoza lo dejo también para otra ocasión.
Disfrutad (ya sea solos, en familia, con la pareja o el amante) de este paseo en bici (también puedes hacerlo andando o cogiendo el trenecito que sale del Puente Giménez Abad cada hora y media) y conoced nuestro río, tantas veces denostado y apartado de la ciudad, que la Expo nos ha permitido recuperar y revivir.
El recorrido
Lugares interesantes
Destaco algunos de los lugares pasados, con imagen de situación y foto de ayer.