Archivo de 14 noviembre 2007

Hubo un tiempo en que Zaragoza era habitable. Yo nací en esta ciudad (por cierto, creo que de los últimos que nació en casa, en la calle Agustina de Aragón) en los 60 y la ciudad estaba en plena eclosión. Desde aquellos años se ha producido la deshumanización y, supongo, el progreso.

Pero antes de eso, Zaragoza era un pueblo grande. Nadie era de Zaragoza ya que todo el mundo había inmigrado aquí y sobre todo se poblaba de quienes venían de los pueblos de alrededor. Mi padre que vivió la Zaragoza de los años 30 y 40 hablaba de personajes que todos conocían, extraños y divertidos que habitaban un Casco Viejo que entonces era centro y no marginación.

Mi familia siempre se dedicó al comercio y yo me crié en la tienda. Claro que entonces el comercio era a tiempo completo y mis padres vivían más en la tienda que en casa. Yo acompañaba mucho a mi padre a los distribuidores (lo que el llamaba ir a las faenas) y solía escuchar sus tertulias, a veces perdiéndome en conversaciones de adultos, y otras divirtiéndome. Allí conocí a Pablos que era quien nos proporcionaba los trajes de baturros que luego vendíamos en la mercería.

Pablos era mayor. Tendría los 80 cuando yo era un crío, pero se conservaba bastante bien. Pero me encantaba oírle hablar primero y mantener tertulias con él después. Y es que cuando mi padre murió yo me encargué de muchas de sus tareas y solía ir a ver a Pablos.

Tenía su cuchitril (que no se podía llamar de otra forma) donde cosían algunas costureras entre montones de telas y tijeras. Si le pedías algún traje raro sacaba tejidos de 50 años antes que el conservaba y reutilizaba. Igual hacía un traje de baturro que uno de cofrade y siempre hablaba…

Hablaba de la Zaragoza de los años 20, la ciudad sin coches, con seres humanos paseando, con sus edificios modernistas y sus costumbres provincianas. Yo me trasladaba a aquellos años oyéndole e imaginaba cómo sería mi Zaragoza entonces.

Pablos murió. Era viejo. Su negocio creo que lo siguió su hijo. Mi mercería desapareció cuando mi madre se jubiló. Nada queda de entonces. Ni nada queda de aquella Zaragoza.

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